miércoles, 30 de marzo de 2011

Arrodillado a los pies de mi Dios



“Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose dijo: Señor, ¿No te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estas con muchas cosas. Pero solo una es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no será quitada”
Lucas 10:40-42 
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En este relato nos encontramos con dos mujeres, una que es Marta quien recibió  a Jesús en su hogar, mas no le presto la atención suficiente a esta visita, para ella era más importante el hecho de hacer las tareas de la casa, eran más importantes el orden y la limpieza. Pero ella no veía esto, es más, pensaba que su hermana María que era la otra mujer presente en el relato, era una ociosa que solo estaba sentada a los pies de Jesús, sin preocuparse de los quehaceres del hogar. Para una, lo importante eran sus tareas domésticas, para la otra lo único importante en ese momento era Jesucristo.
En nuestras vidas muchas veces sucede algo similar, es necesario utilizar sabiamente el tiempo, es elemental en estos tiempos saber distribuir nuestras actividades, de tal manera que podamos rendir en todo adecuadamente. Pero ante todo esto, ¿Que estamos haciendo con lo que Dios nos ha delegado que tiene como fin la expansión de Su Reino? Como hijos de Dios tenemos la tarea de hacer todo como si lo hiciéramos para el Señor, inteligentemente y con excelencia. Cada día Dios escudriña nuestros corazones y muchas veces nuestros frutos no son los que Dios esperaba de nosotros, ya que no lo honran como nuestro Padre. Es por esto que debemos tomarnos el tiempo de escuchar la voz de Dios, en todo lo que hagamos, tenemos al Espíritu Santo que cuida de nosotros e incluso, nos puede alertar cuando es necesario. Pero para que esto pueda ser posible debemos someter  nuestra voluntad a la voluntad perfecta de Dios, porque no hay otro a quien podamos recurrir, sino nuestro Padre amado, que está junto a nosotros, pero es decisión nuestra arrodillarnos delante de Él y escuchar su consejo o simplemente obrar en nuestras vidas guiándonos con nuestras fuerzas, que son finitas. Debemos confiar en que si Dios comenzó la obra en nosotros, El la perfeccionara, no nosotros, sino Dios mismo es quien nos guía a hacer lo correcto, a tomar las decisiones correctas y por sobre todo a mantenernos en el camino que Él ha destinado para nosotros.

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