viernes, 4 de marzo de 2011

LA CARETA DE LA SANTIDAD, ¿SER O PARECER SANTO?


Después de que Dios terminó de explicarle a Moisés cómo debían ofrecerse los sacrificios, quienes debían ofrecerlos y como deberían presentarse delante de Dios (Levíticos 6:8 al 7:38), Aarón y sus hijos fueran consagrados a Dios como sacerdotes y ofrecieron sus primeros sacrificios delante de Él (capítulo 9), pero sucedió algo inesperado: “Y los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, tomaron cada uno su incensario, y pusieron fuego en ellos, sobre el cual pusieron perfume, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó, Y salió fuego de delante de Jehová que los quemó, y murieron delante de Él”(levítico 10:1-2).
Pero, ¿Qué hicieron Nadab y Abiú delante de Dios, que Dios se enojo tanto? .Nadab y Abiú eran sacerdotes de Dios ¡pero solo en apariencia! Ellos tenían todo el aspecto exterior de sacerdotes. Cualquiera que los miraba podía identificarlos fácilmente:

·         Pertenecían a la familia de los sacerdotes.
·         Habían sido escogidos y ungidos como sacerdotes
·         Vestían las túnicas blancas sacerdotales, símbolo de pureza y santidad.
·         Habían puesto sus manos sobre la cabeza del animal del sacrificio identificándose con él.
·         Ofrecieron ofrendas delante de Dios en el Tabernáculo.

Eran privilegiados entre todo el pueblo al poder servir a Dios. Podían hacer lo que muchos del pueblo jamás llegarían a hacer. Ocupaban un lugar de honor y privilegio ¿quién podía dudar de ellos? Pero el corazón de Nadab y Abiú no era santo. Ellos tenían toda la apariencia de la santidad pero no lo eran en absoluto. Dentro del Tabernáculo de Dios ofrecieron un fuego extraño. Le ofrecieron a Dios un tipo de ofrenda que Él nunca les había mandado ofrecer. Probablemente, ambos estaban tan orgullosos de tener una posición frente al pueblo que quisieron “jugar a ser sacerdotes”. ¡Ay de ellos! No tuvieron en cuenta que Dios no juega con las cosas santas.
 Dios está confrontando nuestras vidas, ya que desea  que seamos sinceros y dejemos las caretas de santidad.  Que responderías ante las siguientes preguntas: ¿qué ofrenda estás entregando a Dios? ¿Estás ofreciendo las ofrendas que Él desea recibir: gratitud, confesión sincera de pecados, alabanza y adoración, sujeción a tus autoridades, oración, fe en su Palabra? ¿O tu ofrenda es un “fuego extraño” de desobediencia, de quejas y enojos, de pecados ocultos, de mezclar lo santo con el mundo, de apariencias? ¿Renunciarías a tus “apariencias” para comprometerte totalmente con Él?
 Dios se merece lo mejor, ofrezcámosle una ofrenda que llegue como un olor grato, fragante, santo delante de Él.

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