¡Ofrece a Dios tu gratitud, cumple tus promesas al Altísimo! Invócame en el día de la angustia; yo te libraré y tú me honrarás” (Salmos 50:14-15 NVI)
Este pasaje encierra una de las promesas más hermosas que un ser humano puede desear. Podemos ver que ésta promesa conlleva una acción que Dios nos pide a nosotros, sus hijos. En el “tiempo bueno”, que es aquel tiempo en que todo va bien en nuestra vida, donde todo resulta como nosotros esperamos, es sumamente necesario que un hijo de Dios sea capaz de entregar toda su gratitud a Dios, no solo porque nuestro Señor lo pide, sino también porque es necesario que los hijos de Dios entendamos que “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto” (Santiago 1:17a) El poder dar la gloria a Dios por las bendiciones recibidas de su mano nos mantiene unidos a Él, nos hace recordar en cada momento que nuestra dependencia absoluta proviene de nuestro Señor y hace que esa humildad genuina se desarrolle en nuestros corazones. Pero las bendiciones no son solo esas, sino que hay algo mayor y más maravilloso aún, ya que si nosotros nos comprometemos a hacer todo lo anterior, nuestro Dios se compromete a librarnos en nuestros momentos de angustia y a cubrirnos de las aflicciones. Nada hay más preciado para el hombre que poder tener la protección de nuestro amado Creador y Padre. No dudemos en entregarle a Dios la gloria por todo y en los tiempos de tormenta Él será nuestra paz. Amén
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