“Cuando comenzó a reinar tenía treinta y dos años de edad, y reinó en Jerusalén durante ocho años. Murió sin que nadie lo llorara y lo sepultaron en la Ciudad de David, pero no en los sepulcros de los reyes.” 2ª de Crónicas 21:20
Del rey Jorám se relata que murió sin que nadie derramara lágrimas o sintiera su partida. Al comienzo de su reinado asesinó a todos sus hermanos y potenciales rivales. Condujo a toda una nación a rendir culto a dioses falsos. Reinó ocho años “…e hizo lo malo ante los ojos de Jehová” (2ª de Crónicas 21:6). Para desgracia, “Dios lo hirió con una enfermedad incurable en los intestinos” (2ª de Crónicas 21:18).
Después de dos años de penosa enfermedad, con terribles dolores, murió sin que nadie lo lamentara.
Esta triste biografía da pena. ¡Qué vida tan egocéntrica y autosuficiente! Nuestra relación y preocupación por Dios y el prójimo determinan hasta qué medida seremos echados de menos al pasar a la eternidad. Da lo mejor al Maestro, tu juventud y tu vigor. Vale la pena dejar huellas y recuerdos que benefician a los hombres y honran a Dios.
En cuanto a ti, examina tus acciones, ¿Cuánto te preocupas por los demás? ¿Cuánto les ayudas? ¿Te afectan las tristezas de otros? o ¿Sientes indiferencia por la situación de los demás? ¿Sientes la necesidad que tienen los perdidos de conocer a Jesús? ¿Cuántos pueden decir que han alcanzado la salvación gracias al amor que les demostraste, predicándoles de Cristo con palabras y hechos? Dios quiere que no sólo examines tu vida en este instante, sino que hagas los cambios necesarios, para que tus obras sigan después de que tú hayas partido de este mundo, y por ellas sea glorificado el nombre de Cristo.
Dale todo al Señor en amor y de corazón sincero. Esto no resulta en pérdida, sino en ganancia, hoy y por la eternidad.
Pregúntate en esta hora ¿Cómo reacciona mi corazón ante la necesidad de las personas?
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